Un enfermero en las nubes… (I)

La profesión enfermera es profundamente humana en su misma esencia. Por ello, no es de extrañar que, como enfermero, me pare a pensar a veces en cosas aparentemente inverosímiles…

Hace tiempo que no palpábamos una tarde de tan grisáceo tono como la de hoy, En el cielo, una vorágine de nubes bajas circula velozmente mientras que otras, más alta y, seguramente, más ancianas discurren con paso cansino, solemne, como observando el desasosiego de sus hermanas menores. Caminan más despacio, pero con paso certero y claro destino. Tengo la impresión de que van buscando el lugar y el momento idóneo para descargarse plenamente en cascada de gaseosas lágrimas y, así, desaparecer definitivamente en plenitud de entrega sobre la ya húmeda tierra ávida de amainar su sed de siglos.

Se dice de nosotros, enfermeras y enfermeros, que estamos en las nubes sólo porque, durante un instante, hemos parado el tiempo probablemente para mirar hacia dentro, para dignificar — aunque solo sea de forma puntual— nuestra propia existencia. Y, por ello, nos acusan de ir tan lejos: “nada menos que ¡a las nubes!”. A mí, personalmente, me gusta elevar la mirada en tardes como esta en un intento no de ver las nubes sino desde ellas. ¡Todo es tan pequeño! El hombre, incluso, desde aquí se diría que no es más que una insignificante pieza, perdida en un maremágnum de engranajes, disperso en un mundo programado y —desde estas alturascaótico.

Me entran ganas de bajar, haciendo gala de mi condición enfermera, y proferir un grito invitatorio a la calma, a la dulzura. Si así lo hiciera exclamaría, probablemente, una sola palabra: ¡Silencio! Regalaría por doquier pequeños trozos de silencio, de recogimiento operante. Qué distintos sería el mundo, la humanidad si los que le damos forma tuviéramos la capacidad de silenciarnos casi rutinariamente para tomarnos conciencia, para “ser” y programar, desde ahí, nuestra “estancia”. Solo así vivificaríamos nuestro estar y, sobre todo, nuestro estar con … aquellos otros que también son y están. Nosotros les llamamos con frecuencia pacientes.

Mi nube se va desplazando, poco a poco, por la senda que conduce a su entrega total y yo voy viendo otras tierras, otros hombres. El color de las montañas se distingue entre los cientos de tonos diversos que colorean los campos, tan nuestros, tan activos, tan conmovedoramente silentes. Los hombres, sin embargo, vistos desde aquí parecen todos iguales. Me inquieta contemplar tanta semejanza. No es su apariencia física uniforme lo que me preocupa sino, más bien, la coincidencia de destinos, ese pacto que parecen haber firmado entre ellos para llegar quien sabe dónde y alcanzar ni ellos saben qué.

Todo hombre, la humanidad entera —dicen— busca su felicidad. Desde aquí se ve mucho más (debe ser por la distancia) y llegan aromas que, aunque se confunden un tanto con ese olor característico a tierra mojada, no son ciertamente de gozo. Ni presente ni, tan siquiera, futuro.

La tierra está mojada sí, porque estas nubes en las que viajo ya van muriendo. Más, no han muerto tanto como para que los hombres estén empapados, calados hasta los huesos y no de agua sino de ambición, de envidias, de desasosiego. En suma, de no ser. También en nuestro mundo sanitario, también…

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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