Un enfermero en las nubes… (II)

De niños, cuando aprendíamos a conjugar los verbos “ser” y “estar” a base de repeticiones, exprimiendo nuestra memoria por aquel entonces nueva y verdaderamente capaz, no alcanzábamos a medir el profundo significado de esas dos efímeras palabras. Los verbos ser y estar eran dos auténticos hermanos desde el punto de vista didáctico. Algo así como nuestra primera lección. Hoy, desde mi nube, me cabe la satisfacción de ver más allá de la simple conjugación. Por fin descubro la consustancialidad de ambos términos. Veo un hombre que “está” sin »ser» y proclamo como auténtica la necesidad del “estar siendo”. No me importa, en absoluto, si conjugo bien el infinitivo con el gerundio porque, desde aquí, carecen de valor todos los alardes gramaticales. Es a la vivencia del sentido más lúcido de cada uno a lo que me transporta esa expresión. Gran tarea para una enfermera conjugar ambos verbos hoy. Ahora es preciso que vuelva ahí abajo porque mi fiel montura ha comenzado a cumplir su último cometido. Sin hacer ruido, como las madres ya viejas y respetuosas se entrega, llora y se derrama en bien de la vida. Vendrán otras que harán un recorrido similar y se extinguirán, asimismo, vivificándolo todo. Rara es la que tuerce su destino y se empeña en destruir sin motivo aparente.

Poco a poco ha caído la noche y, en ella, se hace el silencio. Las nubes aún no han muerto del todo. Sigue lloviendo y a mi alrededor los hombres, protegidos del agua, callan, se adentran en sí y deciden respetar, de esta manera, el sacrificio de sus frecuentes compañeras de viaje. La frescura del ambiente invita a respirar profundo, a aquietar los sentidos y a repasar los verbos en clave de vida, de destino feliz. Seguro que mañana amanecerá un día azul y luminoso en el que no necesitaré subir porque las aguas, en forma cristalina, correrán bajo nuestros pies, sobre nuestro cielo.

Si trasladamos toda esta alegoría a nuestra actividad enfermera, se podría afirmar que, en cuanto personas destinadas, por elección individual y libre, al servicio de otros seres humanos en forma de cuidado, los valores que habríamos de aportar a esa tarea deberían ser absolutamente concurrentes. Y esto es precisamente lo que, como enfermero, me gusta denominar “coherencia de lo humano”, esto es, ser y función como manifestación de una referencia única que definimos precisamente como lo humano. Sólo así podremos hablar con autoridad de “humanización de la asistencia”, que va mucho más allá de una mera moda basada en una serie de pautas de carácter administrativo.

La incoherencia no es aquí otra cosa que la función sanitaria reducida a claves mercantilistas, financieras, etc, lo que da lugar a una auténtica neurosis que, en no pocos casos, llega a manifestarse en forma de patología psiquiátrica y en otros, las más de las veces, deja entrever ante la mirada de cualquier analista interesado una disociación absoluta entre la esencia profesional, de una parte, y la forma en que esta se vertebra y se desarrolla en el ejercicio cotidiano. Nace así esa especie de neurosis sociocultural, no sentida, que tiene su expresión máxima en la aceptación del bienestar como artículo de consumo, con todo lo que ello acarrea y sobre lo cual no podré resistirme a aportar algunas ideas en este rincón que me permiten compartir con todos vosotros.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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