Un rincón para la reflexión ética (III)

Me pregunto hoy si la formación, tanto de grado como de postgrado, por la que transitamos los enfermeros y enfermeras nos aporta una base de conocimiento, habilidades y actitudes suficientes para un ejercicio ético y humanístico de la profesión. Es una pregunta verdaderamente radical y previa a cualquier otra si queremos seguir sosteniendo que cuidar es “promover la vida”, como afirma Colliere, o que cuidar presupone poner el foco y la centralidad en el paciente. Un paciente, por cierto, hombre y/o mujer de los que tanto se habla como sujeto de humanización, en nuestro caso, en el sector sanitario.

No es posible humanizar en un tiempo en el que —como nunca antes— más sabemos acerca del hombre y en el que, paradójicamente, -como nunca antes- el hombre se nos aparece como ese “gran desconocido”.

El desconocimiento de “lo humano” conlleva, entre otros riesgos, el de convertir a las personas, también a las enfermeras, en una especie de “profesionales light”. Por eso no me cansaré de afirmar que no es posible brindar cuidados de excelencia técnica, científica ni menos aún ética si el paciente no constituye el centro, si el horizonte no es el paciente, si el compromiso no se establece con el paciente, si el sujeto de todas nuestras acciones no es la persona. No hay ética enfermera posible que no prime los intereses de los pacientes y conjugue estos con los de la profesión. Esa unidad indisoluble es, precisamente, la que se establece en nuestro Código Deontológico en forma de normas que traducen principios y valores a los que todo queda sometido. No hay otro interés, ni personal, ni institucional, ni político, ni de ningún tipo que, a la hora de cuidar de las personas, pueda prevalecer frente a las convicciones ético-morales de los profesionales. Y ese es el llamado por algunos “profesionalismo”.

Todavía a estas alturas pude sonar a quimera, no digo ya utopía que, para algunos no es sino una verdad anticipada, el mero hecho de plantear la necesidad de incrementar la formación antropológica, filosófica y ética de nuestras enfermeras y enfermeros para acrecentar su solidez a la hora de una práctica, ya de por sí humana y humanizadora. Por eso creo que debemos abogar por una reconsideración de nuestros planes de estudios en la dirección de profundizar en el conocimiento del sujeto único y fundamental de nuestro quehacer: el hombre ya sea enfermo o sano.

Es posible que nuestra actividad y nuestras preocupaciones estén marcadas en demasía por cuantas cosas hacemos al cabo del día y esto no es solo lógico sino muy legítimo porque condiciona todo lo demás. Si este primer hándicap no se aborda por quien tiene que hacerlo difícil, si no imposible, será abordar los pasos siguientes que llevan a la humanización y a un ejercicio verdaderamente ético de la profesión. Me refiero al cómo hacemos las cosas y, sobre todo, al por qué las hacemos.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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