El Sistema Nacional de Salud (SNS) lleva muchos años mostrando evidentes síntomas de desgaste. Los “sabios” que formaron parte de la Comisión Abril ya avisaron de muchos de ellos a principios de los años noventa, tras identificarlos precozmente con precisión de cirujano, aunque sus propuestas para prevenir el deterioro del entonces incipiente enfermo cayeron en saco roto. Tiempo después de la constitución de esta fallida comisión, se registraron otros intentos de apuntalar el modelo con éxito igualmente nulo.
Se constituyeron otros grupos de trabajo y paneles de especialistas, se formaron ponencias y subcomisiones en el Congreso de los Diputados, se impulsaron comparecencias de expertos y representantes del sector en sede parlamentaria para escuchar su voz y sus diagnósticos, y se hicieron informes que, por desgracia, terminaron siempre en el fondo de un cajón. El último fue el emanado de la comisión de reconstrucción tras la grave crisis de la Covid-19, documento del que nada más se supo. Puede decirse que todos los intentos de reforma, modernización o simple fortalecimiento de la sanidad en España han terminado acabando en fracaso, con independencia de la ideología del partido que los impulsaba y de las conclusiones alcanzadas, pese a que muchas de ellas eran compartidas por la izquierda y por la derecha.
Los signos más visibles de esta descomposición, las señales del deterioro progresivo y el declive de la sanidad, han emergido de la mano de los incrementos del gasto, las listas de espera crecientes para consulta y cirugía, la proletarización de las profesiones sanitarias y una ineficiencia gestora manifiesta que ha impedido el manejo eficiente de los recursos escasos para atender a una población cada vez más envejecida. El telón de fondo de estos síntomas es la insuficiencia presupuestaria, una constante bajo gobiernos de todo signo y condición que ha llevado a un cruce de caminos en el que no existe marcha atrás: España se enfrenta a una demanda sanitaria casi infinita con unos fondos finitos a los que habrá que dar el destino adecuado.
Esta encrucijada nos llevará a tener que elegir mejor el destino del dinero porque no hay para todo: si crece la factura de defensa caerá la de educación y si suben ésta y la primera la de sanidad se estancará. Esta regla inexorable es la génesis del desgaste y tiene traducciones visibles que estos días han saltado al primer plano de la actualidad. Efectivamente, la falta de fondos se encuentra detrás del retraso en la incorporación real de los nuevos medicamentos al sistema. También lo está tras la falta de médicos y enfermeras, y tras los graves fallos en el protocolo para la detección del cáncer de mama en Andalucía, o en la disparidad autonómica a la hora de hacer cribados en varias patologías. Sin más dinero estatal y regional no habrá sanitarios, crecerán los retrasos en la atención de los enfermos y aumentarán las ineficiencias con impacto en estos últimos. Ese es el problema.
PREGUNTAS CON RESPUESTA
¿Qué político sanitario del PP prestó una gran ayuda a un conocido político del PSOE tras una petición del ya fallecido Guillermo Fernández Vara?
¿En qué conocido servicio sanitario el porcentaje de absentismo médico ronda ya el 30%? ¿Por qué?
¿Qué gerente de un importante hospital tiene en armas a sus subalternos con ocurrencias estéticas constantes no trascendentales para la marcha del centro?
¿Qué organización sanitaria ocultó a sus asociados una resolución muy importante y atribuyó los rumores sobre ella a “bulos”?









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