Los sanitarios están a punto de decir basta. No quieren medallas ni elogios vacuos que no conducen luego a nada. Posiblemente, tampoco quieran ya aplausos. Lo que persiguen, sobre todo, es un reconocimiento real a su esfuerzo. Un esfuerzo que les llevó en los peores meses de la pandemia a enfrentarse a pecho descubierto, sin apenas medidas de protección, contra una enfermedad nueva que llevaba a miles de pacientes a los centros de salud y hospitales en un estado calamitoso. Enfermedad, por cierto, de la que el Gobierno estaba avisado por lo que ocurría en Italia y China y no se dio por enterado hasta que ya era demasiado tarde. Un esfuerzo, que les ha llevado también durante varias olas a cancelar vacaciones y permisos, doblar turnos y trabajar permanentemente en vilo en la mayor parte del país. Sin excepciones. Un esfuerzo, en definitiva, que no se ha visto traducido luego en las nóminas, ni en los días de descanso, ni en más refuerzos, ni en la eliminación de las condiciones laborales precarias.
Su entrega admirable ha acabado en nada. No es extraño que ante ello las principales organizaciones sanitarias hayan comenzado ya a movilizarse, empezando por la enfermería, siempre dispuesta a trabajar y siempre combativa, a la que muchas administraciones y, particularmente, el Ministerio de Sanidad, ha ninguneado de malas formas. No, no bastan las medallas ni las palmadas por la espalda. Las voces de este enfado llevan conociéndose desde los primeros brotes de COVID-19.
Florentino Pérez Raya y sus compañeros de junta del Consejo General de Enfermería se han desgañitado contra las injusticias perpetradas sin temer a los que se enfrentaban. Decenas de presidentes también lo ha hecho. Y Manuel Cascos, desde Satse, siempre ha estado ahí, en pie de guerra. A punto de llegar al primer verano postpandémico, España carece de una Ley de Seguridad del Paciente e incumple los ratios de profesionales.
El desarrollo pleno de las especialidades duerme aún el sueño de los justos. El reconocimiento de la categoría A1, los contratos basura y los salarios misérrimos, los peores de Europa, son otras de las urgencias que acosan a una profesión tan elogiada por los ciudadanos como ignorada por los políticos. Basta ya. Consejo y Satse, Satse y Consejo, irán de la mano para tratar de frenar las afrentas. Los directivos, los decanos y las sociedades de enfermería, también. La nueva entente, Unidad Enfermera, es un aviso a navegantes y el Gobierno debería cuidarse muy mucho de cambiar de talante.
La historia enseña que en 1995 una huelga protagonizada por la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) puso contra las cuerdas a Ángeles Amador y al Gobierno de Felipe González. La parálisis de los hospitales fue su puntilla. Como enfermeras y médicos se unan ahora, el Ministerio de Sanidad se arrepentirá de no haber hecho nada. Llegarán entonces los lamentos y las concesiones, siempre tardíos y a destiempo.
PREGUNTAS CON RESPUESTA
-¿Qué bajada de precios realizada por un laboratorio puede desabastecer a partir del 1 de julio el mercado de un fármaco que consumen hasta un millón de pacientes? ¿Es cierto que dicho laboratorio acometió la rebaja para librarse del stock que acumulaba?
-¿Qué mujer de la industria farmacéutica aspira a prosperar en el mundo empresarial fuera de la Sanidad?
-¿Qué conocido laboratorio atravesó en años recientes graves problemas de solvencia financiera? ¿Por qué?
-¿En qué gabinete de comunicación los miembros están deseando salir en estampida? ¿Por qué?
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