Los magníficos portadores de pijamas y gotero

Ay, superhéroes, cómo me gustaría veros sin la capa voladora… deberíais conocer a los bajitos corredores de pasillos, a los niños de mi azotea. Ellos sí que saben de monstruos, en serio. Me gustaría que supierais que os dan mil vueltas; mil de planeta Tierra.

En el universo de los hospitales, defender el derecho a la infancia de los niños es una tarea de todos: familiares, educadores y personal sanitario. Estudios demuestran que los niños supervivientes de cáncer cultivan menos conductas saludables en su juventud –aumentando así riesgos y consecuencias negativas-. Los niños que han sido privados de fantasía e historias, también. Además, llegan a la vida adulta y sus dificultades con menos recursos y perspicacia para enfrentarse a ellas. Se confiesan más confusos e inadaptados.18088

No olvidemos la delgada línea que separa una experiencia dolorosa e incapacitante de un trauma a largo plazo. Pese a la urgencia de administrar los tratamientos médicos y los cuidados enfermeros, hacer de cada unidad un país maravilloso no es menos importante. La preocupación por adaptar el entorno hospitalario a las necesidades educativas y cognitivas del paciente pediátrico empieza a ser una prioridad en todo el mundo.

Se cree que las historias fantásticas impiden que conservemos los pies en la tierra –por cierto, como si soñar despierto fuera algo malo-. Pues no es así: en el acto de lectura nos calan sus enseñanzas y valores, sus ritos de paso y estrategias. Nos sirven de ejemplo para prepararnos y saber enfrentar –y evitar- potenciales futuros problemas. En esencia, no se trata de huir del mundo exterior sino de agitar nuestro mundo interior. Un mundo interior tan dañado en la siempre dificilísima experiencia del cáncer infantil y juvenil –u otras enfermedades graves-. Eso pretendemos con la literatura, ser como la tortuga Casiopea para Momo. Con un “Ven” resplandeciente en el caparazón que saque al niño del ruedo de piedra y le lleve a enfrentarse con valentía y decisión a los Hombres de gris devoradores de tiempo. Malditos los devoradores de tiempo y felicidad…

Las historias con las que crecemos nos influyen inmensamente. Imprescindibles, pero empapadas de estereotipos que, más que falsos, son incompletos. Qué duda cabe: nos llevan a situaciones lejanas y trepidantes. Pero la consecuencia impensada de esas lecturas es la de no esperar que personas como nosotras puedan estar en los cuentos. Gracias por tu lucidez, Chimamanda.

Lo que siempre se ha sabido por intuición, la neurociencia lo demuestra ahora de manera empírica: leemos si nos emociona; nos emociona si conseguimos identificarnos; a más nos identificamos, más impacto tendrá en nosotros. Rompamos la tendencia de quiénes pueden ser –o mejor, quiénes no pueden ser- los protagonistas de los cuentos infantiles: siempre niños y niñas sanos, veloces y flexibles, capaces de abatir dragones y escalar montañas. Cuando el hecho de prepararse para una aspiración de médula ósea ya es un acto titánico. Y sin moverse de una cama.

 

En mis cuentos, los niños están hartos de estar enfermos  y de parecer unos blandengues –pero no lo son-. A veces, ni siquiera tienen fuerzas para asomarse al pasillo por donde pasan los otros niños; o tendrán que caminar decididos hasta enfrentarse con la Bruja y su conjuro aunque les tiemblen las piernas. Son niños como los demás. Tienen que atreverse porque es lo que les ha tocado. Simplemente, no les queda otro remedio: no son más fuertes, más veloces, más listos ni más flexibles que el resto. No juegan con ventaja. Están hechos de muchas historias –de puntos de luz- de debilidad y fortaleza. Por ello, sus actos de lucha y resistencia son más mágicos, más potentes, más valientes, admirables, mejores.

john green

John Green, mi adorado autor de novelas juveniles, me inspiró la idea de que el dolor y el sufrimiento que se encierra en algunas plantas de hospital, es comparable al caos que forman las estrellas en el cielo. Necesitamos encontrar las historias buenas, momentos que nos engrandezcan y nos llenen de superación y fortaleza –tan necesarias, ya sabéis-. Queremos ver formas en el cielo: un bigote daliliano, una taza de té humeante o la cabeza de un dragón blanco. Obviar todos los puntos de luz que no nos sirven –todas las experiencias dolorosas- e incrementar el brillo de los que hemos elegido para nuestros contornos y figuras, aceptando que no podemos borrar el resto del mapa estelar. O precisamente porque todas están ahí, encontrar nuestras historias en el cielo –en el universo del hospital- se convierte en algo más inspirador e intenso.

Creemos y busquemos héroes a la medida de los niños y niñas de hospital que, sin duda, son de una mesura gigante. Y que venzan siempre, claro. Como en todos los buenos cuentos.

Termino con una cita de Green que podéis encontrar en El teorema Katherine. Aunque debo reconocer cuando leo sus novelas que siento que es su prosa quien me encuentra a mí, agitando mi mundo interior, llenándome de emociones y llevándome al cambio, como al darme la inspiración para poder escribir este artículo:

“Pongamos que cuento a alguien mi cacería del cerdo salvaje. Aunque es una historia tonta, contarla cambia mínimamente a los demás, como vivir la historia me cambia a mí. Un cambio infinitesimal. Y ese cambio infinitesimal se extiende, cada vez con menor intensidad, pero perpetuamente. Me olvidarán, pero las historias persistirán. Y por eso todos importamos. Quizá menos que muchos, pero siempre más que nadie.”

Alicia Chamorro

Autor Alicia Chamorro

Alicia Chamorro García es enfermera. Durante varios años trabajó en el Hospital de oncología de Bruselas, el Institut Jules Bordet. Actualmente investiga sobre el impacto de la ficción en la enfermedad y al final de la vida en cuidados paliativos pediátricos. Fundadora de "Cuéntame algo que me reconforte". #CAQMR

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