*Por Belén Santiago Lozano y Nuria Roldán Ahedo, enfermeras del Centro de Salud Mental de Getafe, y Piedad Iratxe Jiménez Zambrano, del Hospital de Fuenlabrada.
“No sirvo para nada, ya no soy útil”, “soy una carga para mi familia, estarán mejor sin mí”, “no tengo ganas de nada, solo quiero quedarme en la cama”, “no me apetece ver o hablar con nadie”, “nadie me entiende”, “yo no pertenezco a este mundo”, “¿qué sentido tiene mi vida?”, “me doy asco”, “no recuerdo la última vez que hice algo para cuidarme”, “las cosas que disfrutaba antes, ahora me dan igual”, “no debería sentirme así, no tengo razones”, “¿qué van a pensar de mí?, no soy valiente”, “soy un fracaso”.
Con estas frases podemos ver cómo la depresión afecta en la manera de percibir, sentir, pensar y actuar de la persona que sufre este trastorno, generando un importante deterioro en su vida diaria. La ausencia de placer o de interés, la disminución de energía, los sentimientos de inutilidad o de culpa, el aislamiento, el estigma, las ideas de muerte, el déficit en áreas de autocuidado como la higiene y aseo personal, la alimentación y el sueño… podrían definir la realidad de una persona con depresión. Como se puede observar, tener depresión no es sólo estar triste, si no que es un trastorno mental, que requiere una serie de criterios clínicos y temporales, por lo que debe ser diagnosticado por profesionales.
Dentro de los problemas de salud mental más frecuentes en los registros de Atención Primaria, los trastornos depresivos ocupan el tercer lugar, detrás de los trastornos de ansiedad y del sueño. El trastorno depresivo aparece en el 4,1 % de la población española, con un predominio femenino en los adultos, afectando al doble de mujeres que de hombres. La prevalencia va incrementando con la edad, además se observa como en los últimos diez años ésta va en aumento. Respecto al consumo de antidepresivos, España ocupa la tercera posición, tan sólo por detrás de Portugal y Suecia, dentro de los 21 Estados Miembros de la Unión Europea que presentan datos de consumo de antidepresivos en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La OMS estima que para el 2030 la depresión clínica será la principal causa de discapacidad de las personas a nivel mundial.
A diferencia de la depresión, la tristeza, dejando al margen los debates y conceptos teóricos, ha sido tradicionalmente encuadrada en las emociones básicas del ser humano. Se entiende como un fenómeno evolutivo y que permite adaptarnos a través de la organización de los pensamientos y de la conducta. Aunque mayoritariamente se considere una emoción displacentera o resulte más difícil de gestionar y tolerar, la tristeza, como el resto de emociones, no es negativa. Sentir tristeza es una reacción ante una pérdida, rechazo, dolor, ausencia de control, indefensión… Estas situaciones activan una bioquímica en unas estructuras neurológicas específicas que producen una serie de manifestaciones fisiológicas y además puede ser percibida por un otro a través de nuestro lenguaje corporal y expresión facial. Todo esto puede servir como una petición de ayuda a nuestro entorno para recibir apoyo y cariño de los que nos rodean. Por otro lado, también puede resultar útil a nivel individual para poder resignificar y afrontar las diversas situaciones, reactivar y reconstruir recursos personales. Además, fortalece la cohesión con personas que también están sufriendo, puede movilizar la empatía y el altruismo o incluso permite valorar otros aspectos de la vida a los que previamente no se prestaba atención.
Pero con todo esto, ¿cómo saber si lo que se siente es tristeza o depresión? Si sientes que tu estado anímico predominante es la tristeza, se prolonga en el tiempo y reconoces cierto deterioro en los diferentes ámbitos (familiar, laboral, interpersonal, individual) siempre es recomendable consultar a un profesional de la salud, para poder dar respuesta a esta gran pregunta.
Dentro de los diferentes profesionales de la salud, además de la medicina de atención primaria, la psicología o la psiquiatría, también se encuentra la figura de los profesionales de enfermería, y la especialidad de enfermería en salud mental. Desde la consulta de enfermería se trabajará para conseguir un espacio de escucha, seguro y de confianza, en el que se facilite la expresión de las emociones, sin juicios. La base será el vínculo y la relación terapéutica de colaboración para pensar juntos cómo retomar el autocuidado, reconectar con intereses pasados o reinventar nuevos, fortalecer y descubrir herramientas personales y sociofamiliares, entre muchas otras cosas.
Si en esta lectura te has sentido identificado, nuestro objetivo no es decirte lo que tienes que hacer para dejar de estar triste o para “luchar contra la depresión”. Simplemente, queremos recordarte que es válido sentir tristeza, que no hay por qué “poder con todo, siempre y solo” y que si sientes que la situación se te enquista, te mereces ayuda.
En cambio, si en esta lectura se te ha venido a la cabeza algún familiar, amigo, compañero o vecino, tampoco te pedimos que le diagnostiques un trastorno depresivo o que le digas que “es normal, no te preocupes, ya se te pasará”. En lugar de eso, sí que te pedimos que le preguntes “¿qué necesitas?”, “¿cómo puedo ayudarte?”, mostrándote atento y disponible. Por supuesto, tampoco te pedimos que “seas el salvador todopoderoso”, sino que desde el cariño que te une a esa persona le animes a pedir ayuda profesional.