La Atención Primaria está herida de muerte

La pandemia de COVID-19 ha terminado por sacar a la luz todas las miserias que rodean a la atención primaria en España. La grave crisis que atraviesa este modelo, sin embargo, no es nueva, sino que viene de largo. En concreto, desde los tiempos en que arrancó, allá por los años 80, siguiendo la inspiración de la histórica declaración de Alma-Ata de 1978. ¿Qué problemas tiene el primer nivel asistencial, llamado siempre a ser la puerta de entrada al sistema? Los tiene de todo tipo. El primero, y fundamental, es que se encuentra infrafinanciado. La primaria ha sido siempre la hermanita pobre de la especializada en las dádivas presupuestarias anuales que otorgan los servicios de salud y en tiempos de penurias económicas como los actuales la situación se ha agravado.

El segundo, y no menos importante, es la abundante carga de trabajo que soportan sus profesionales. Los abultados cupos asignados con una población cada vez más envejecida e informada, y el diseño de incentivos más ligados al número de pacientes atendidos que a la calidad de los servicios prestados son la tónica general de un modelo que, además, se encuentra sepultado por la burocracia. No son pocos los sanitarios que se ven obligados a desperdiciar buena parte de su jornada laboral en la gestión de bajas por incapacidad temporal, sortear a los inspectores, rellenar partes justificativos de la prescripción y capear como pueden los visados limitadores de la misma.

En una sociedad sin papeles, la primaria vive sepultada entre ellos aunque tengan formato electrónico y se encuentren ya estandarizados en el interior de los ordenadores. A este tercer problema hay que sumarle un cuarto también muy grave: la falta de autonomía de unos trabajadores que tendrían que ser protagonistas y se han convertido en comparsas por culpa de los designios del poder. Por ejemplo, hace años los facultativos prescribían lo que querían, que no era otra cosa que alguno de los centenares de medicamentos presentes en el vademécum porque la autoridad sanitaria los había autorizado y decidido financiar previamente.

Ahora, proliferan los límites impuestos por las consejerías mediante toda suerte de artimañas informáticas que hacen la vida imposible al prescriptor. El resultado es que el campo de acción a la hora de tratar a un paciente se limita enormemente, salvo honrosas excepciones. El control del gasto farmacéutico ha terminado imponiéndose sobre el libre modo de actuar de los sanitarios, entendiendo como tal no el libertinaje sino el ejercicio adaptado al arsenal terapéutico existente. Esto es frustrante. Pero la primaria no solo arrastra estas penurias. Carece también de verdadera capacidad de resolución y, en definitiva, de poder real para mitigar el hospitalocentrismo sobre el que pivota el sistema sanitario actual. Todo aboca a la frustración de los profesionales y a un hundimiento del modelo al que nadie pone remedio.

PREGUNTAS CON RESPUESTA

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Sergio Alonso

Autor Sergio Alonso

Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN

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