La cogobernanza deriva en desgobierno

Vamos a hablar en plata. A estas alturas de la pandemia no cabe ya utilizar medias tintas ni eufemismos huecos a la hora de acometer el relato de los hechos. La “cogobernanza”, esa palabra ñoña tan de moda ahora como también lo es “resiliencia” y antes lo fue “sostenibilidad”, no encubre más que un burdo intento del Gobierno de escurrir el bulto para que se erosionen las autonomías en el siempre polémico terreno de las restricciones sociales motivadas por el COVID-19. Sabedora de que el protagonismo excesivo la penalizó sobremanera en la primera ola, llevándola luego a la derrota abrumadora en las elecciones gallegas y madrileñas, la izquierda que puebla el Ejecutivo de Pedro Sánchez decidió cambiar pronto de estrategia y emular a Unamuno en su célebre carta a Ortega y Gasset, aplicando la máxima de “que inventen ellos”, lo que significa que sean ellos, los dirigentes de las comunidades, los que experimenten y terminen quemándose con las medidas para combatir la pandemia. La ventaja de esta táctica es que desvía las críticas y permite salir indemne de los fiascos cosechados, lo que más o menos ha sucedido en las sucesivas olas que Fernando Simón ponía en duda que fueran a producirse y que al final siempre llegaban.

El problema es que sin un liderazgo claro y cohesionador, la “cogobernanza” deriva en “desgobernanza”, que es lo que a la postre ha ocurrido. No hace falta remontarnos a las dos últimas navidades, donde cada autonomía hizo lo que le vino en gana para tratar de frenar al virus, para aseverar sin riesgo de error que la gestión de esta grave crisis de salud pública se ha basado en el caos. Los que idearon este modo de proceder sacan siempre a la palestra un argumento que valdría para cualquier otro problema sanitario, pero no para el SARS-CoV-2: el de que las autoridades autonómicas son las que mejor conocen el terreno en el que habitan y por ello, son las más idóneas para legislar. Algo falso, porque los virus no entienden de fronteras, como ya han demostrado.

Los últimos ejemplos de este desgobierno han sido sonados. En primer lugar, con la notificación de los resultados positivos de los autotest de antígenos. En medio de la imprevisión y la pasividad gubernamental, algunas autonomías los computan como casos y otros no, lo que arroja un dibujo inexacto de la expansión de la pandemia. Y los dibujos inexactos suelen llevar luego a cometer errores a la hora de buscar soluciones. En segundo lugar, se ha producido con las bajas laborales. El “tsunami” cogió tan de sorpresa al Ejecutivo que pronto se lavó las manos delegando en las regiones la solución del problema bajo el paraguas de una norma que no permite simultanear los partes en procesos de menos de cinco días. Y la covid dura siete. Un desastre, vaya.

PREGUNTAS CON RESPUESTA

¿Qué vínculo hay entre el máximo responsable de una conocida patronal y una empresa de pésimo nombre en todo el sector sanitario madrileño?

¿Qué cazatalentos no quiere nombrar al talento que le han propuesto que nombre?

¿Qué expertos en Salud Pública decidieron echarse a un lado ante el enfado del Gobierno al leer en The Lancet la petición de una evaluación independiente de la pandemia?

¿Qué alto cargo del Ministerio de Sanidad acumula dos recientes errores de bulto que no han tenido la trascendencia mediática que merecen?

Sergio Alonso

Autor Sergio Alonso

Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN

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