Durante los últimos tiempos, no han sido pocas las voces que han hecho gala de la palabra “desafección” para tratar de reivindicar la muerte programada de los colegios profesionales. Los defensores del individualismo sanitario esgrimen que pertenecer a un colegio de enfermería, medicina, farmacia u odontología resta más que suma y constituye una reminiscencia del pasado, más propia de un mundo estructurado en castas que de uno moderno guiado ya por la Inteligencia Artificial (IA). Craso error.
Aunque no son sindicatos, los colegios profesionales protegen a sus miembros, les confieren representación frente a poderes políticos de todo signo y condición, y alertan de desvaríos perjudiciales para los intereses de sus asociados procedentes de ministerios y consejerías. Frente a un trabajador débil y posiblemente abrumado por la sobrecarga de trabajo, la corporación es un ente organizado, dotado de capacidad jurídica y con una potencialidad reivindicativa sin igual para blindar o mejorar el estatus de sus miembros. A lo largo de su historia, han sido numerosas las veces en las que lograron modificar guías, reglamentos, decretos y hasta leyes que eran dañinos para sus integrantes.
Además de por ello, y por constituirse en garantes de la buena praxis profesional, con el fin de que los pacientes reciban la mejor de las asistencias posibles, los colegios y los consejos que les agrupan juegan también una labor crucial en otro apartado menos conocido pero trascendente cuando se producen grandes crisis: el de la solidaridad. Acaba de ocurrir con la temible DANA que ha asolado Valencia.
A través de su ONG Solidaridad Enfermera, el Consejo General de Enfermería ha destinado una partida inicial de 150.000 euros para ayudar a las personas que se encuentran en una situación crítica. Pero más allá de las ayudas directas, la relevancia de su actuación en Valencia radica en la puesta en marcha de un gran centro logístico de reparto sin precedentes en la historia de la profesión, que funciona en coordinación con el Colegio provincial y el Consejo autonómico junto con otros colegios de enfermería de zonas afectadas por la catástrofe. Esta filosofía de volcarse con el que lo necesita no es un hecho aislado.
En plena pandemia de covid, el Consejo se desvivió para conseguir para sus profesionales lo que más se necesitaba entonces: material sanitario. Tras abrumadoras gestiones y un duro desgaste personal, repartió 200.000 mascarillas FFP2 o 5.000 monos EPI, labor que luego repitió con ocasión de la erupción del volcán de La Palma: la corporación donó más de 440.000 mascarillas y 10.000 protectores oculares a los ciudadanos de la isla. Los precedentes son innumerables. El Consejo envió, por ejemplo, material de primera necesidad a las víctimas del terremoto de Marruecos y donó a Ucrania toneladas de ropa térmica para que la población pudiera hacer frente al frío extremo. Si, los colegios profesionales sirven y están cuando más se les necesita.
PREGUNTAS CON RESPUESTA
- ¿Qué médico cuyo nombre está en los medios estos días ha causado un profundo enfado en la gerencia de un gran hospital por saltarse junto a otros compañeros una regla no escrita a sabiendas?
- ¿Qué grupo privado ha redoblado sus esfuerzos durante los dos últimos meses del año para lograr conciertos con una comunidad autónoma?
- ¿En qué corporación profesional varios de sus directivos tuvieron que llevar escolta? ¿Por qué?
- ¿Qué laboratorio tiene serios problemas internos con los trabajadores? ¿Por qué?

Autor Sergio Alonso
Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN