Íñigo Lapetra, director de Comunicación del Consejo General de Enfermería

Jamás pensé que te escribiría esta carta. Recuerdo, como si hubiera sido ayer, el momento en el que te incorporaste al Consejo. Tengo fija en mi memoria tu imagen, en aquel entonces apocada, con una delgada cartera, en la que llevabas unos pocos folios en blanco.

Desde aquel día han sucedido tantas cosas y todas, querido Iñigo, las hemos vivido juntos. Me he sentido siempre tan acompañado por ese finísimo sentido del humor con el que ayudabas para superar cualquier dificultad, incluso para reírnos exageradamente, como lo hacíamos el pasado jueves, última vez en la que pude hablar contigo por teléfono y quedar para comer mañana, sí mañana… Nos queríamos hasta cuando nos enfadábamos, que también hubo tiempo para eso.

No sé si podré acostumbrarme a que ya no estés. Tengo grabadas en mi cabeza y sobre todo en mi corazón infinitas escenas de trabajo a altas horas de la madrugada para, juntos, intentar trasmitir la mejor imagen de la profesión enfermera en nuestro propio país y en tantos rincones del mundo.

Y no puedo dejar de preguntarme querido Iñigo, cómo es posible que alguien como tú se nos vaya de esta forma imprevista, súbita, cuando por tu edad y tu experiencia más podías aportar, cuando tal vez más podíamos haber disfrutado juntos, cuando seguramente por esta importante ventaja que yo te saco en años más me podías haber socorrido en todos los órdenes de la vida.

Te soy sincero. Me gustaría saber dónde estás para ir a buscarte, solo para verte sonreír, solo para escuchar tu última palabra de aliento. Me gustaría conocer el lugar y el momento en el que pudiera darte un nuevo abrazo.

A pesar de todo, nunca dejaré de ser consciente de tu presencia en mi vida porque el recuerdo convierte la ausencia en cercanía, el desierto de no verte en el vergel que brota en mi corazón solo con releer alguna de esas notas de prensa que hicimos juntos. Esta noche, con ese nudo en la garganta que no consigo me deje tranquilo desde hace unos días, me cabe la inmensa alegría de haber caminado a tu lado durante tantos y tantos años y me consuela también la firme esperanza de que, cuando tenga que suceder, allá donde tú estés y allá donde yo vaya, seguro podremos darnos ese inmenso abrazo del que ahora me has privado al marcharte.

Pues eso querido amigo hermano. Cuando puedas hazme saber que todavía estás por ahí, enredando sin parar de hacer una y otra cosa, queriendo a la gente, respetándola y no escondiéndote nunca de decir la verdad. Seguro que tú, como yo y como los dos juntos, alguna vez nos hayamos equivocado. Nunca sería por dejadez o falta de ilusión. Esta misma tarde, viajando con mi hija de 11 años en el coche, se me ocurrió preguntarle: hija, ¿tú te acuerdas de mi amigo Íñigo? Y ella me contestó: ¡Papi, por favor, cómo se me va olvidar…

Hasta pronto o hasta siempre; qué digo, querido hermano, ¡hasta ahora mismo!

Un abrazo eterno.

Autor: Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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