Según la OMS el tabaquismo es la primera causa prevenible de mortalidad en los países desarrollados, que afecta al 25% de la población mayor de 15 años. El tabaquismo se define como una enfermedad adictiva crónica, y su tratamiento debe ser individualizado para cada fumador, influyendo notablemente la motivación del individuo para abandonar su consumo. El consumo del tabaco es causante de un buen número de procesos respiratorios y agrava la totalidad de los mismos.

Todas aquellas personas que estén firmemente decididas a abandonar este hábito deberán recibir dos tipos de intervención; por un lado, una intervención conductual, destinada a combatir la dependencia psíquica, y otra farmacológica, destinada a aliviar la dependencia física ocasionada por la nicotina. En los últimos años se han desarrollado ampliamente los fármacos destinados al tratamiento del tabaquismo. Desde el uno de enero de este año, el Sistema Nacional de Salud financia por primera vez los tratamientos farmacológicos para dejar de fumar, que complementarán otros apoyos que ya se venían ofreciendo desde las consultas de Atención Primaria, dentro del plan antitabaco del Ministerio de Sanidad. Estos fármacos son el bupropion (registrado con el nombre de Zyban) y la vareniclina (registrada con el nombre de Champix).

Para poder prescribir estos medicamentos, las CC.AA., el Ingesa y las Mutualidades, en el ámbito de sus competencias desarrollan un programa individualizado para cada paciente o un programa grupal donde definen la estrategia idónea y el personal sanitario que se verá implicado en ello. A día de hoy, aunque son los médicos los que prescriben estos medicamentos, existe un marco de seguimiento del programa de deshabituación tabáquica por parte de las enfermeras donde estas deben valorar la evolución de la efectividad del tratamiento, con carácter previo a la emisión de la siguiente receta.

El tratamiento completo tiene una duración de entre 9 y 12 semanas. Ya existen enfermeras que reclutan pacientes a los que detectan en controles y revisiones con el hábito del tabaquismo y con la consiguiente motivación para aconsejar su abandono.

Ellas mismas hacen el seguimiento y evaluación tanto en Atención Primaria como en las unidades de deshabituación tabáquica que bajo protocolos multidisciplinares y con prescripción colaborativa podrían indicar su uso. Para que las enfermeras puedan llevar a cabo esta indicación y posterior prescripción, deben cumplir una serie de requisitos, siendo indispensable que tengan conocimientos sobre diagnóstico y tratamiento del tabaquismo, acreditando ciertas habilidades y suficiente experiencia.

De momento se está avanzando en el desarrollo de las guías y protocolos para tratar a pacientes crónicos, tales como diabéticos o hipertensos.

Lo deseable sería una colaboración de todos los profesionales sanitarios para poder combatir este problema.

Autor: María Fernández de Sevilla

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