Sobre el dolor humano (V)

¿Quién se atrevería a condenar al monstruo de Frankenstein por su malevolencia cuando jamás se sintió aceptado, querido ni mucho menos cuidado ni tan siquiera por su creador? ¿Quién era el verdadero “engendro” en la obra de Mary Shelley?, ¿el que mataba o el que ignoró a aquel a quien había dado la vida? Verdaderamente, ahora que tanto dice preocuparnos la manipulación genética, ¿hemos reparado en la incomunicación, el descuido, la soledad o el abandono como generadores de verdaderos monstruos, mucho más amenazadores que los que puedan devenir de la oveja Dolly?

Frente al cuidado, el descuido que abunda en el dolor consecuencia de haber perdido el rostro de nuestros compañeros de camino. Un signo de los tiempos que se nos escapa envueltos como estamos en esa globalización que no respeta la diferencia y nos deja sin capacidad de asombrarnos de nada sumiéndonos en la monotonía de un supuesto “mundo feliz”.

Cuando le pido a alguien que cuide de mis plantas, a nadie le vendrá a la mente concluir que cuidar de ellas sea administrarle una serie de medicamentos siguiendo una pauta horaria. Más bien, le inducirá a pensar que las mantenga con vida, que a mi vuelta no las encuentre marchitas, resecas y deslucidas por la falta de riego, por el olvido de aquellos a quienes confié su cuidado. Hay quien dice que a las plantas conviene hablarles para que crezcan vigorosas. En cualquier caso, me cabe esperar, al menos, que mi vecino haya cubierto sus necesidades con un poco de agua fresca.

Esta metáfora tal vez nos ayuda a reflexionar sobre el carácter holístico de la praxis enfermera y tomar conciencia de que cuidar es también un modo -tal vez el modo- de compartir la existencia con el ser humano herido por el dolor. Es participar en un destino común. Es la mas elevada expresión de solidaridad. Una auténtica ética del cuidado no puede fundamentarse en el dar ni en el recibir. Ha de basarse, más bien, en el intercambiar. Dar y recibir supone desigualdad. Intercambiar supone, sin embargo, igualdad e interdependencia.

En el contexto que nos ocupa, cuidar de alguien es salvarle de la soledad, de esa soledad sonora y hasta retumbante del abandono o del olvido. Pienso singularmente en este momento en el trascendental papel, no suficientemente valorado, que desempeñan nuestra compañera en las residencias de mayores.

Cuidar de alguien no es resolverle, desde fuera, sus experiencias dolorosas sino ayudarle a soportarlas, es decir, hacerse cómplice de él en sus momentos más difíciles. Es una cuestión de responsabilidad, de capacidad de respuesta a las necesidades del otro. El sufrimiento que emana del dolor nos está exigiendo una presencia humana, un contacto cercano. Solo el acompañamiento hace soportable la experiencia dolorosa de la enfermedad y humaniza nuestra condición enfermera.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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