Sobre el dolor humano (IV)

Para entender el dolor humano, y la enfermedad es, entre otras, una realidad fundante del mismo, es preciso gozar de algunas actitudes sin las cuales, por muchos conocimientos y habilidades de que se disponga, se carece de competencia profesional. Entre ellas la voluntad de compartir un destino común, la contigüidad con el otro que es igual que yo y a la vez distinto y la gratuidad frente a cualquier mercantilismo que, como “moneda de cambio” pueda convertir el cuidado en mera actividad empresarial y al cuidador en doble agente que, pretendiendo ayudar, deviene en víctima y eslabón de una cuenta de resultados de las muchas por las que transita nuestro mundo. ¡Ojo con esta afirmación! Nadie debe concluir que el cuidador profesional no merezca una retribución justa por su trabajo sino todo lo contrario. Una enfermera/o no puede ser una pieza más sobre cuyas espaldas recaiga el mantener un sistema sanitario o sociosanitario, sea este de la naturaleza que sea,
que se lucre de su esfuerzo y del que no reciba un reconocimiento y una justa compensación al bienestar humano y social que proporciona.

Mi propuesta se enmarca en la línea de caminar hacia una sociedad basada en los cuidados. Una sociedad en la que todos permanezcamos atentos a las necesidades de los otros, en la que todos desarrollemos esa dimensión relacional que nos legitima como tales seres humanos. Y la profesión enfermera nos brinda un patrón ejemplar de este horizonte vital. No venceremos ese dolor que tantas veces se nos impone, pero sí podremos, aspirar a compartirlo. Y, en la práctica, eso solo es posible si nos arriesgamos a cuidar unos de otros.

Seguramente alguien pueda pensar que esta forma de afrontar la existencia es poco productiva. Esto es un problema porque, efectivamente, ¿se puede traducir hoy, en términos de productividad, un término como “diakonía” (“servicio”) del cual se alimenta, a mi juicio, toda una posible filosofía del cuidar? También, alguien podrá pensar que sólo es posible cuidar del otro desde una relación asimétrica a tenor de la cual unos son los que sufren y otros los que ayudan a sufrir, esto es, uno está “dolido” y el otro ejerce de ¨sanador”. Creo que no. La profundidad del cuidado exige la conciencia definitiva de esa igualdad de destino por la que únicamente puede aspirar a ser auténticamente humano quien es tratado como tal.

En realidad, no es sino un cruce de sensibilidades, una gramática que nos ayuda a leer ese texto que es la vida y, mediante la palabra y el gesto, articular la rima poética a la que aplicar una melodía en medio de la cual hasta el dolor se hace compatible con la existencia. Esta es, en mi muy humilde opinión, la ventana que debemos abrir al futuro de la enfermería. Y, a partir de ahí, tratar de disfrutar del paisaje que se irá esbozando ante nuestros ojos.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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