Humanizar de nuevo la atención primaria

La atención primaria debe ser objeto de una revisión profunda. El modelo ya estaba agonizando antes de la pandemia y la llegada del Covid-19 no ha hecho más que rematarlo, con el resultado que todos vemos hoy. A pesar de que los voceros del régimen tratan de focalizar el problema en Madrid con el objetivo claro de erosionar a Isabel Díaz Ayuso a seis meses de las elecciones autonómicas, lo cierto y verdad es que el primer nivel asistencial ha estallado por sus costuras en todas las comunidades, ya estén regidas por los partidos de izquierda, los nacionalistas o los populares. Esa revisión debe afectar pues a todos los territorios por igual, y extenderse también a los llamados puntos de atención continuada y las urgencias no hospitalarias.

Pese a que su concepción fue interesante, la realidad es que por su configuración apenas sirven hoy para tratar dolencias menores y acaban desincentivando las visitas de los ciudadanos. El modelo sanitario en su conjunto es hospitalocentrista y los enfermos prefieren acceder a los hospitales cuando les sobreviene una emergencia en lugar de perderse por las ramas. ¿Qué ha fallado para que la llamada puerta de entrada al sistema haya alcanzado una situación como la que atraviesa? De todo un poco, pero la razón fundamental es que ha sido víctima del mismo régimen funcionarial al que con tanta intensidad se abrazó en sus orígenes.

El resultado de este sistema que desincentiva el esfuerzo y no castiga la indolencia es un modelo burocrático que convierte a las enfermeras, médicos y al resto de los trabajadores en simples números a los que se les encomienda un cupo de pacientes a atender. Es una deshumanización de la asistencia en toda regla, sin verdadera capacidad resolutiva, que sepulta de burocracia a sus protagonistas y que les priva del tiempo necesario para la atención real de la patología. A día de hoy, resulta inadmisible que los sanitarios tengan que tramitar aún los partes de baja y afrontar otras penalidades administrativas que no debieron ser nunca de su competencia. Indudablemente, uno de los orígenes de este mal es la falta de presupuesto, una tónica común en todo el país bajo cualquier gobierno, pero nadie espere una solución en este sentido.

La Sanidad apenas recibirá un 7% del PIB en años venideros, y la primaria obtendrá apenas unas migajas. El gasto en defensa, el pago de la galopante deuda y el descomunal desembolso en pensiones impedirán cualquier alegría presupuestaria en un nivel que ha de cambiar de arriba a abajo y no sufrir meros retoques. El plan que ha elaborado el Ministerio de Sanidad no es más que un barniz estético, una floritura que sólo servirá para aplazar lo inevitable sin cambios de calado: la certificación de la muerte del modelo.

Sergio Alonso

Autor Sergio Alonso

Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN

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