Del ser a la función enfermera

Las enfermeras, como otros profesionales sanitarios, tengo la impresión de que, casi siempre sin percatarnos, somos víctimas de una tensión acuciante entre lo que somos como hombres o mujeres, vocacionalmente dirigidos al servicio de otros, y la realidad concreta que nos rodea y de la que participamos a diario como coprotagonistas. Distanciamiento que va generando un progresivo estado de insatisfacción con el consiguiente padecimiento, no sólo de los usuarios del sistema sanitario, sino del propio prestador del servicio.

En el seno de una profesión profundamente humanística, es urgente abordar este problema. Se hace preciso, en mi humilde opinión, abordar una nueva síntesis, basada en la coherencia, a tenor de la cual lo humano y su realización en el ámbito de lo sanitario se constituyan como realidad única. Quizá sea esto la verdadera humanización más allá de la parafernalia que, con frecuencia, rodea al término.

A la vez, habremos de revalidar el sentido de las profesiones sanitarias, hoy quizá excesivamente subsumidas en el puro ámbito de lo científico-técnico, en el ámbito estricto del prestigio académico o del progreso profesional para recuperar su raíz. El mismo concepto de “cuidado” debe ser objeto de una mayor precisión para definir, con claridad, cual es la misión concreta y específica de las enfermeras, su contribución al mantenimiento y mejora de la salud. Y, lo más importante, ofrecer resultados reales y medibles que avalen esa aportación.

Es necesario, paralelamente, abordar el tema desde una óptica en la que lo económico y los aspectos estrictamente financieros derivados de nuestra actividad adopten el semblante de medio o soporte y no de fin primordial de nuestra acción. La eficiencia lograda en nuestro sistema sanitario debe mantenerse, pero no puede ser un factor que limite permanentemente la mejora de la calidad, la seguridad de los pacientes y el bienestar de los profesionales. El trabajo enfermero ha de trascender categorías meramente económicas. No debe, no puede ser una actividad más de carácter mercantil, adulterando con ello la opción adoptada en un momento concreto de nuestra biografía, de forma libre y con categorías de decisión humanas.

Mi intención es apelar humildemente a una categoría que, sin ser la única, explique la posibilidad de articular un discurso coherente entre el ser enfermero y su función como uno de los elementos constitutivos de la realidad sanitaria.

Hemos de salir al paso de esa amenazante escisión derivada de la ruptura entre el ser y el deber ser. Si no somos capaces de acostumbrarnos a vivir nuestro “ser enfermero”, no solo como pensamos sino, sobre todo, como somos, acabaremos pensando como vivimos. Lo que late detrás de todo esto son las convicciones, los valores y los principios de la profesión enfermera. He aquí el verdadero problema que nos urge a una reflexión crítica y enérgica por cuanto que hemos ido perdiendo paulatinamente la capacidad de recuperar valores al haberlos sustituido por otros elementos que justifican «suficientemente» nuestras actitudes y que, al propagarse, asientan no solo en las conciencias individuales sino en el propio entretejido social alumbrando, así, una nueva cultura sustentada en una masa acrítica que desde hace ya tiempo conocemos como cultura del tener. Y nuestra profesión no puede ser parte de ese engranaje…

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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