En este periodo veraniego propongo una reflexión “marginal” acerca del “ser enfermero/a” y el “sentirse enfermero/a” en la medida en que, por ambas cosas, desempeñamos una función social que es la del “hacer enfermero”, esto es, cuidar integralmente a las personas. Y me permito hacerlo a través de una alegoría que desarrollaré en este y en el próximo número de ENFERMERÍA FACULTATIVA nacida de mis pensamientos en una tarde muy reciente de tono grisáceo y serenamente tormentosa:

“Hace tiempo que no palpábamos una tarde de tan grisáceo tono como la de hoy. En el cielo, una vorágine de nubes bajas circula velozmente mientras que otras más altas, y seguramente más ancianas, discurren con paso cansino, solemne, como observando el desasosiego de sus hermanas menores. Caminan más despacio, pero con paso certero y claro destino. Tengo la impresión de que van buscando el lugar y el momento idóneos para descargarse plenamente en cascada de gaseosas lágrimas y, así, desaparecer definitivamente en plenitud de entrega sobre la ya húmeda tierra ávida de amainar su sed de siglos.
Se dice de nosotros que “estamos en las nubes” solo porque, durante un instante, hemos parado el tiempo probablemente para mirar hacia dentro, para dignificar —aunque solo sea de forma puntual— nuestra propia existencia. Y, por ello, nos acusan de ir tan lejos: nada menos que ¡a las nubes! A mí, personalmente, me gusta elevar la mirada en tardes como esta en un intento, no de ver las nubes sino desde ellas. ¡Todo es tan pequeño! El ser humano, incluso, visto desde allí resulta casi imperceptible y, sin embargo, qué enorme grandes contiene en sí. Visto desde aquí se diría que no es más que una insignificante pieza, perdida en un maremágnum de engranajes, disperso en un mundo programado y —desde estas alturas— caótico.

Me entran ganas de bajar y proferir un grito invitatorio a la calma, a la dulzura. Si así lo hiciera exclamaría tal vez una sola palabra: ¡Silencio! Regalaría por doquier pequeños trozos de silencio. Qué distinto sería el mundo, la humanidad, si los que le damos forma tuviéramos la capacidad de silenciarnos casi rutinariamente para tomarnos conciencia, para “ser” y esbozar, desde ahí, nuestra “estancia”. Sólo así vivificaríamos nuestro estar con…, aquellos otros que también, como nosotros, son y están”. Mi nube se va desplazando, poco a poco, por la senda que conduce a su entrega total y yo voy viendo otras tierras, otros hombres. El color de las montañas se distingue entre los cientos de tonos diversos que colorean los campos tan nuestros, tan activos, tan conmovedoramente silentes…

Los hombres, las mujeres, sin embargo, vistos desde aquí parecen todos iguales. Me inquieta contemplar tanta semejanza y no es su apariencia física uniforme lo que me preocupa sino, más bien, la coincidencia de destinos, ese pacto que parecen haber firmado entre ellos para llegar, quién sabe adónde, y alcanzar quién sabe qué…”.

Autor: Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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