Sobre el dolor humano (III)

Concluía mi artículo anterior afirmando: “frente al dolor…,” el Otro” y situando en ello el verdadero foco de nuestra acción cuidadora. Ese camino, constructor de nuestra disciplina y, desde luego, de nuestro profesionalismo enfermero, pasa por un encuentro que tiene lugar en una relación “amorosa”, de genuina amistad entendida como ese sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo. A mi juicio, esta cultura es el humus en el que se desarrolla la realidad del cuidado. Y no hay que temer el uso de palabras como “amor” al hablar del entusiasmo por lo que uno hace en la vida y, a la vez, del compromiso que de ello se deriva; un término que procede del indoeuropeo, que significa ‘madre’, y que constituye la raíz de palabras como amigo o amistad. ¿Por qué nos inhibimos en el uso de esta palabra cuando hablamos de una profesión sanitaria como la que tenemos la suerte de ejercer o haber ejercido?

¡Niño!: ¡ten cuidado de tu hermano! Significa no le pierdas de vista, obsérvale, bríndale protección, ayúdale a crecer, proporciónale confort, escucha sus necesidades, habla con él, compréndelo…, en una palabra, “cultiva” a tu hermano para que llegue a ser él mismo y a encontrar sentido a todas las cosas. También al dolor del que, ciertamente, no le podremos excusar. Y no me refiero al dolor físico de una enfermedad sino a aquel que se genera como respuesta humana integral a la misma.

Quiero detenerme, por oficio y por vocación, en esta realidad del cuidado que modela un modo de ser y de existir capaz de afrontar el dolor sentido, con el horizonte permanente de “promover la vida” en feliz expresión de Marie Françoise Collière.

Imaginemos, por unos instantes, un mundo en el que los hombres y las mujeres  viviéramos sumidos en el ansia de cuidarnos mutuamente. Tradicionalmente hemos pensado que cuidar de otro se limita a algunos momentos estelares en los que el dolor se reviste de enfermedad y que, una vez, finalizado ese proceso cesan las razones que desencadenaron ese movimiento de solidaridad ante una necesidad tan clara de que alguien supla, en la concepción de V. Henderson, aquellas funciones que seríamos capaces de llevar a cabo por nosotros mismos si no estuviéramos atenazados por la irrupción de esa misma enfermedad. Pero, la solidaridad, configuradora, entre otros valores, del cuidado va más allá. Es el latino “in solidum”, la participación en un destino común. Tal vez por este camino podríamos emprender una posible ruta hacia la filosofía del cuidado.

Una ética del cuidado que, a mi modo de ver, entronca directamente con el problema del dolor humano en cuanta que se declara capaz de humanizar las experiencias más tremendas convirtiéndolas en fascinantes y, a su vez, misteriosas, una ética del cuidado que se ocupa no del “me duele” sino del “estoy dolido” debe construirse sobre elementos de la realidad que hoy brillan por su ausencia. De ello hablaremos en próximas reflexiones.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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