Sobre el dolor humano (II)

Tengo la impresión de que hablar con sentido del dolor humano no es una tarea fácil. Y es verdad que aquellos que gozamos de lo único que tenemos —nuestra propia vida— estamos habituados a que el bien y el mal, la alegría y la tristeza nos acompañen en nuestro itinerario. Vivir es, muchas veces, gozar pero también, sufrir. Miguel Hernández, lo expresaba así: “Quien vive, con tres heridas viene: la de la vida, la del amor y la de la muerte”.

Y que nadie piense que puede eludir el dolor. No solo el dolor físico, psíquico o social no se pueden obviar, sobre todo el social que, de forma progresiva va impregnando nuestro mundo a fuerza de desigualdad, a fuerza de extender un velo de ignorancia disfrazado de libertad y generador, simultáneamente, de las más violentas esclavitudes.

No se puede eludir ese dolor que es causa de desdicha, ese dolor por el que la vida nos sitúa entre el absurdo y el misterio. Muchos de los que leéis estas líneas —por ser enfermeras y enfermeros— sabéis bien de que os hablo. Un dolor que, en definitiva, abre heridas en nuestra existencia y hace que de esas heridas broten, pregunta tras pregunta, narración tras narración, las explicaciones que cada uno de nosotros concedemos al por qué estoy aquí, qué puedo hacer y si, con todo, es posible tener alguna esperanza.

Y es que el dolor humano es imperativo, desestructurante pero, sin embargo, no tiene la última palabra. Si el misterio tiene puertas, una de ellas ha de ser esta experiencia del dolor humano. Es decir, aquello que no parece se pueda explicar por medio de argumentos exclusivamente racionales.

En el hospital y en otros tantos lugares de nuestro ejercicio profesional seguro que hemos vivido esta experiencia, es más, somos o debemos ser —como cuidadores— coprotagonistas de ella. Ante el dolor sólo se atisban dos respuestas: sorpresa y rechazo o bien, sorpresa y aceptación. Pero lo mas importante es que no estamos solos. Nuestro dolor, como nuestra felicidad, es algo que se puede compartir, es más, que a lo único que podemos aspirar es a compartirlo con otros. Esa dimensión relacional —de encuentro— a través de la cual un “yo” y un “tú” engendran la nueva realidad del “nosotros” y que nos hace tener permanentemente presente “el rostro del otro” nos invita a no hacer del dolor una experiencia solitaria y, con ello, demasiado trágica.

Si es verdad que la alegría va siempre mezclada con un halo de tristeza, ¿acaso no va a ser verdad también la afirmación contraria? Lo apasionante del problema del dolor empieza, precisamente, al caer en la cuenta de que la vida no es un asunto solitario. El hombre está hecho para relacionarse, para amar, para tener amigos, para “perder el tiempo” hablando y contemplando mientras paseas por los campos y las ciudades.

Frente al dolor…, ¡el otro! Lo iremos viendo, pero creo que se puede sintetizar en la expresión ¡cuidar!

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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