Vivimos inmersos en un mundo de cifras. Todo se cuantifica y nada se contempla. Y contemplar es tanto como mirar en lugar de ver, escuchar en lugar de oír. También, cuando nos aproximamos a la realidad de la profesión enfermera, caemos en esta tentación. Por eso cualquier reivindicación, si es que existen hoy reivindicaciones acerca de algo, se transforma en una alegoría numérica.

Número de enfermeras, porcentaje de especialistas, doctores, tablas salariales, enfermeras pro o contra la nueva ley de eutanasia…, y tengo la sensación de que, en este estado confusional de unos números, que casi nunca cuadran, perdemos de vista lo que verdaderamente nos interesa como enfermeras y, en general, como personas en cualquiera que sea nuestro ámbito de realización como tales: la excelencia profesional.

Creo haber mantenido reiteradamente la necesidad de un nuevo modelo de humanización enfermera que dignifique a los profesionales reconociendo, de una vez por todas, su estatus académico y sus condiciones laborales. No se puede exigir humanismo a quien no es tratado humanamente.

Pero, al margen de esta cuestión —que es vital—, los hombres, las mujeres, las profesiones, los profesionales, las organizaciones, han de evaluarse en términos de virtud. La excelencia, no se conforma con la simple benevolencia, sino que es la máxima expresión de la virtud. No es desdeñable, sobre todo en los tiempos que corren, ser un buen profesional, pero es mejor ser un “profesional bueno”.

No es un objetivo construir una buena organización, sino una institución en la que todos sus miembros sean hombres y mujeres comprometidos con la sociedad y consigo mismos. No es otra cosa que ser hombres y mujeres con valores. Todo esto es justamente lo que representa la profesión enfermera, lo que encarnan —salvo muy lamentables casos (esas “manzanas podridas” que denominan en el Reino Unido)— todas y cada una de las enfermeras y enfermeros que he conocido a lo largo de mi vida profesional. Sabemos sobradamente que somos una profesión sanitaria.

Sabemos cuáles son nuestras funciones. Disponemos, por mucho que requiera de una actualización, de un código ético y deontológico. La ley habla, incluso, de nuestro quehacer autónomo. Ya son muchos los enfermeros y enfermeras que han alcanzado el máximo nivel académico.

Sabemos adónde vamos: “somos una profesión al servicio de la sociedad”. Me parece que, para sentirnos mejor hoy, en esa maravillosa condición de servidores de la sociedad, no necesitamos de números sino de personas sabias, de aquellos que, como afirmaba Lao-tsé, “se dan cuenta de las cosas que para los demás pasan inadvertidas, y estiman por igual las grandes y las pequeñas”. A ellos corresponde, hoy, una labor de reconstrucción de los valores primigenios de la profesión enfermera. Porque el escenario en el que nos movemos genera inquietud y no poca desolación.

Autor: Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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