Hacia un nuevo humanismo enfermero (II)

Cualquier persona y, más aún, si es una enfermera prudente debe formularse cuatro preguntas kantianas, sobre todo la última, en algún momento de su vida: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué puedo esperar?, y ¿Qué es el hombre? No sería lógico que dedicáramos tanto tiempo formativo a un conjunto de materias que perfilan nuestro curriculum y dejáramos de lado la profundización en lo que constituye el objeto y el sujeto mismo de nuestra actividad profesional. Cuestiones vitales que, algunos hemos constatado, no aparecían como “rentables” en los programas de ese mercado, a veces mercadería, de la denominada formación a lo largo de la vida.

Cuando hablamos de pacientes o —si se quiere— de otros términos que a mí me gustan menos como son los de cliente/usuario estamos hablando de seres humanos, ya sea en estado de salud o de enfermedad. Por eso hemos llegado a decir —con orgullo— en palabras de Colliere que cuidar es “promover la vida”.

Esas preguntas que, repito, es fundamental que nos hagamos todos, en el caso que nos afecta como enfermeros y enfermeras que, por elección libre, tenemos que “habérnoslas” a diario con seres humanos se hacen aún más necesarias. El problema es que vamos deslizándonos por la vida urgidos por la prisa, por el desasosiego, cada vez más unido a nuestras lamentables condiciones laborales, por la incomprensión y hasta desprecio de las administraciones y por tantas otras cosas que iremos abordando sucesivamente, olvidando que, por encima de todo, deberíamos ser “personas habitadas por la búsqueda”.

Con menos frecuencia quizá de la debida invocamos la deontología profesional. Y si podemos hacerlo es porque se nos supone portadores de unos principios y valores que dan forma a nuestra profesión (siempre he dicho que nuestro Código Deontológico es como una obra de alfarería construida por miles y miles de profesionales que nos han precedido a lo largo de la historia). Principios y valores que hacen que nuestra profesión sea, entre otras cosas, única y diferente del resto de profesiones.

Esta búsqueda del “hacer las cosas bien”, desde el punto de vista ético, ese afán por situar al paciente en el centro (no pocas veces mera coletilla vacía de contenido o como decían los antiguos flatus vocis), por respetar su autonomía, por ser empáticos, cercanos, científicamente intachables y hasta afectuosos en extremo ha constituido el contenido de lo que algunos llaman nuestra “motivación intrínseca”, es decir, aquello que radica en el origen de nuestro quehacer y sustancia, compensando supuestamente con creces, todo nuestro esfuerzo, dedicación y trabajo. Algo así como un galardón que, no pocas veces, tiene lugar en medio de la adversidad, grandes dificultades cuando no, como hemos vivido recientemente, a riesgo de nuestras propias vidas. Pero ¿es una compensación humanamente suficiente?

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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