De las distancias sociales a la distancia de convivencia

Hasta ahora, en las relaciones entre las personas se debían guardar las distancias sociales; ahora, también las físicas, por más que hayan recibido diversas denominaciones, entre ellas la de distancia de convivencia, por más que se trate de evitar el contacto con el otro.

Resulta que, en las normas de educación, siempre se aconsejaba que había que mantener las distancias sociales, en el bien entendido de guardar el respeto debido a los superiores, aunque tales distancias normalmente se aplicaban a las que hacían referencia a las distintas clases sociales. Vamos, que no eran igual los pobres que los ricos. Lo curioso es que, ahora, conseguida una cierta igualdad social (la isocracia), la distancia física se interpone en las relaciones entre personas.

Traigo a colación estas consideraciones porque, al menos desde mi punto de vista, estamos padeciendo una auténtica obsesión con lo de la distancia física. No hay que recurrir a las aglomeraciones que se descubren de vez en cuando, pues basta con observar cómo, en ocasiones, hay personas que se bajan de la acera por la que caminan para no rozarse con la que viene de frente. Y, en estos días preparativos del curso escolar, resultan hasta divertidas las imágenes de cómo los responsables de los centros toman medidas para que los alumnos mantengan unas distancias muy determinadas, pues hasta se utiliza el metro para conseguirlo. En este contexto de distancias y aglomeraciones, los establecimientos anuncian el número de personas que, en cada momento, pueden estar dentro.

El verano ha sido también un buen campo de observación de las distancias. Ha sido especialmente curioso lo que ha sucedido en las piscinas, especialmente en las de las urbanizaciones, algunas de las cuales no han abierto por lo enrevesado que suponía componer los cuadrantes para distribuir entre las viviendas el horario en que se podía acudir a la piscina e, incluso, el número de asistentes en todo momento, sino por el gasto adicional, nada barato, de quien, aparte del socorrista reglamentario, debía realizar el higienizado del recinto.

A título personal, y en este contexto, quiero contar lo vivido en mi lugar de vacaciones, una localidad de la costa levantina. Para evitar las aglomeraciones de bañistas en la playa, el ayuntamiento fijó un cupo máximo de los que, como máximo, podían acceder a ella. Además, para impedir aglomeraciones, se parceló con cintas de colores la playa y se asignaba un número de personas en cada una de las parcelas (de dos, de tres o de cuatro, según el color de las cintas que delimitaban la parcela). Además, en cada una de las entradas a la playa se ubicaban dos personas que controlaban el número de personas que entraban para que no se sobrepasase el cupo total.

A juzgar por lo visto, asistimos a la aparición de nuevas profesiones como consecuencia de los nuevos problemas que se nos han venido encima con el coronavirus. Dicen que, con el tiempo, todo volverá a la normalidad, algo que me extraña a la vista de lo que estamos viviendo y con el ímpetu con que lo hacemos. Y, a la vista del adoctrinamiento sobre el tema desde los distintos órganos oficiales, de vez en cuando me da por pensar que se trata de evitar reuniones y aglomeraciones, para evitar los movimientos de masas que llevan a los cambios por la fuerza. Puede resultar algo exagerado, pero es que la situación da pie para casi todo.

Autor Carlos Nicolás

Director de Acta Sanitaria

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