El Gobierno echó gasolina al fuego del coronavirus

La pandemia de coronavirus está ofreciendo estos días imágenes dantescas. La Sanidad española, nuestra joya de la corona, no resiste el golpe, y apenas da abasto para afrontar una avalancha de contagios del que, desgraciadamente, tampoco están escapando los sanitarios. Decenas de abnegadas enfermeras, médicos, auxiliares, celadores y farmacéuticos se están jugando la vida a diario al combatir en primera línea de una guerra que sembrará centenares, si no miles de muertos, en una nación súbitamente empobrecida por el brusco parón de la economía.

La dimensión del drama obliga a plantear si las autoridades han estado o no a la altura de las circunstancias y si podrían haber actuado de otra forma para mitigar los efectos de la pandemia. La respuesta, claramente, es que no lo han estado, ni lo están todavía. Desde luego que podían haber actuado de otra manera, aunque siempre parezca fácil decirlo a toro pasado. Nadie podrá decir, en cualquier caso, que Moncloa y el Ministerio de Sanidad no estaban advertidos. Al Gobierno le ha venido grande la gestión de esta crisis desde el primer minuto. Primero, negó la mayor y pronosticó pocos casos, pese a las noticias desgarradoras que llegaban de China y que empezaban a producirse también en Italia, en donde la negligencia oficial fue igualmente supina.

El papelón de Fernando Simón, el científico oficial que ha actuado de portavoz de la crisis, no ha podido ser más calamitoso, por ser suaves en el calificativo. A pesar de que los datos auguraban un aumento desproporcionado del número de infecciones y de que algunos organismos como la Unión Europea recomendaban encarecidamente suspender las concentraciones de todo tipo para frenar la oleada de contagios, el Gobierno español autorizó las manifestaciones feministas del 8 de marzo, con el aplauso dócil y pusilánime de Simón y el silencio cómplice del ministro Salvador Illa.

Baste observar los datos epidemiológicos para detectar un incremento disparado de casos en Madrid a las pocas horas de producirse esas concentraciones avaladas por el marchamo oficial. ¿Sabía Salvador Illa lo que podía ocurrir? Si lo sabía y no hizo nada, debería dimitir ipso facto. Si no lo sabía, también, por ignorar las advertencias que le llegaban. Para más inri, apenas cinco días después de jalear la asistencia a las concentraciones feministas, el propio Gobierno ordenó el confinamiento de la población. Un desorden, en definitiva, sin paliativos. Pero hay más. El día en el que se pide a los españoles cuarentena, el vicepresidente Pablo Iglesias se la salta y acude a una reunión de un Consejo de Ministerios que dio imagen de todo menos de lo que se pedía por culpa de las luchas cainitas: unidad. Calamitosa también ha sido la centralización de compra de materiales a través del Ingesa, un organismo que trabaja de 8 a 3, así como la actuación de la Dirección General de Recursos Humanos, que hace días no sabía ni el número de profesionales contagiados. Patético todo.

PREGUNTAS CON RESPUESTA

¿Qué acto feminista que no fue una concentración de las celebradas el 8-M provocó un importante contagio de coronavirus entre sanitarios?

¿Qué dos altos cargos de la Consejería de Sanidad no se hablan entre sí ni en plena epidemia de coronavirus?

¿Qué dircom de un hospital de Madrid pedía “no alarmar” mientras centenares de enfermos abarrotaban los hospitales en la mayor epidemia de la historia reciente española?

¿Se le ha ocurrido a alguien de la comunidad el uso de las camas en poder de las mutuas?

¿Qué gerente se ha visto sobrepasado por las circunstancias y permitió con su pasividad que durante unos días se mezclaran infectados con no infectados en una unidad de su hospital?

Sergio Alonso

Autor Sergio Alonso

Fundador y director del suplemento A tu salud del diario LA RAZÓN

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