Continúo, en este espacio de reflexión, con la alegoría iniciada en el número anterior, en el ánimo de llegar a una coherencia absoluta entre nuestro “ser enfermero” y nuestro “hacer de enfermero” como una clave fundamental desde la que elaborar una ética de los cuidados.

“Todo hombre, toda mujer, la humanidad entera —dicen— busca la felicidad. Desde aquí (recordemos que estábamos ¡en las nubes!), se ve mucho más, debe de ser por la distancia, y llegan aromas que, aunque se confunden un tanto con ese olor característico a tierra mojada, no son ciertamente de gozo. Ni presente, ni tan siquiera futuro. La tierra está mojada, sí, porque estas nubes en las que viajo ya van muriendo. No han muerto tanto como para que los hombres, las mujeres, estén empapados, calados hasta los huesos y no de agua sino de ambición, de envidias, de desasosiego. En definitiva, “de no ser”.

De niños, cuando aprendíamos a conjugar el verbo “estar” a base de repeticiones, exprimiendo nuestra memoria por aquel entonces nueva y verdaderamente capaz, no alcanzábamos a medir el profundo significado de esas dos efímeras sílabas. Los verbos ser y estar eran dos auténticos hermanos, desde el punto de vista didáctico. Algo así como nuestra primera lección. Hoy, desde mi nube, me cabe la satisfacción de ver más allá de la simple conjugación. Por fin descubro la consustancialidad de ambos términos. Veo un hombre y una mujer que “están” sin “ser” y proclamo como fundamental la necesidad de “estar siendo”. No me importa, en absoluto, si conjugo bien el infinitivo con el gerundio porque, desde aquí, carecen de valor todos los alardes gramaticales. Es a la vivencia del sentido más lúcido de cada uno a lo que me trasporta esta expresión.

Ahora es preciso que vuelva ahí abajo, porque mi fiel montura ha comenzado a cumplir su último cometido. Sin hacer ruido, como las madres ya viejas y respetuosas, se entrega, llora y se derrama en bien de la vida. Vendrán otras que harán un recorrido similar y se extinguirán, asimismo, vivificándolo todo. Rara es la que tuerce su destino y se empeña en destruir sin motivo aparente.

Poco a poco ha caído la noche y, en ella, se hace el silencio. Las nubes aún no han muerto del todo. Sigue lloviendo y a mi alrededor los hombres, protegidos del agua, callan, se adentran en sí y deciden respetar, de esta manera, el sacrificio de sus frecuentes compañeras de viaje. La frescura del ambiente invita a respirar profundo, a aquietar los sentidos y a repasar los verbos en clave de vida, de destino feliz. Seguro que mañana amanecerá un día azul y luminoso en el que no necesitaré subir porque las aguas, en forma cristalina, correrán bajo nuestros pies, sobre nuestro cielo”.

Ese día sabremos que “ser enfermera/o”, “sentirse enfermera/o” y “hacer de enfermera/o” han de ser la misma cosa. Aquí nace la relación “cuidativa” y, con ella, la base de cualquier ética del cuidar.

Autor: Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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