Jardines sin sombras

Entre las modas decorativas, pues me resisto a incluirlas entre las arquitectónicas, están teniendo su auge los calificados como jardines verticales, que vienen a llenar los huecos de algunas fachadas de edificios e, incluso, a rellenar espacios interiores; por fuera, vienen a sustituir a los trampantojos y otros adornos y complementos arquitectónicos, y, por dentro, a espacios destinados en otros tiempos a obras de arte.

No faltan quienes al analizar tales obras, cuyos enraizamientos dan mucho que hablar pues no se trata de plantas trepadoras, suelen traer a colación los Jardines Colgantes de Babilonia, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, por más que no haya llegado hasta nosotros imagen alguna de lo que fue tal maravilla y, en consecuencia, no pase de ser más una imaginación que una realidad.

Visto en perspectiva, se diría que la verticalidad de este jardín sin sombras, aunque sí trate de evitar ser un espacio sombrío, busca compensar la ausencia horizontal de los espacios verdes que oculta, todo un contraste digno de mayores análisis.

Después de muchas idas y venidas en torno a estos jardines verticales, que pretenden causar asombro más que dar sombra, cabe deducir que nos hallamos ante una moda que, al igual que otros movimientos artísticos, pretende llenar espacios vacíos y evitar lo que los romanos calificaron de “horror vacui” (horror al vacío).

Aunque me temo que, como los Jardines Colgantes de Babilonia, terminen pasando a la leyenda cuando caigan en el olvido. Uno suele soñar en los jardines para retozar por ellos y no para tratar de hacer equilibrios desafiando la ley de la gravedad.

Autor Carlos Nicolás

Director de Acta Sanitaria

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