Retomar el sentido último de nuestra profesión

Tengo la impresión de que los profesionales sanitarios en su conjunto, a veces sin percatarnos del todo, mantenemos una tensión casi permanente entre lo que somos como seres humanos que han elegido cuidar y/o curar a los demás y la realidad concreta que nos rodea cotidianamente, de la que somos coprotagonistas y que no siempre ayuda en la consecución de ese noble objetivo basado en una vocación de dar respuesta a las necesidades de salud de las personas. Y ese distanciamiento—cuando no auténtico rechazo—, termina alumbran-do un estado de insatisfacción que, en no pocas ocasiones, acabará afectando nuestra relación con el propio paciente o su familia y—cómo no— con el mismo sistema sanitario.

Este “caldo de cultivo” requiere, es solo mi impresión, abordar los problemas sin perdernos en disquisiciones epidérmicas sino tratando de ir al fondo de la cuestión. La relación con el paciente, que decimos está en el centro, no puede ser un motivo más de “charlatanería” para debatir en nuestras muchas veces estériles mesas redondas, sino que ha de constituirse en la esencia misma de nuestra actividad. No es ético invocar esa centralidad si estamos en otras cosas o si queremos justificar su inexistencia por problemas ya sean financieros, estructurales, de gestión o de ideologías de un sentido u otro. El paciente no es objeto de todos esos elementos accesorios sino sujeto de la atención sanitaria. Simplemente, desde una perspectiva ética, el paciente como ser humano o se sitúa en el foco de nuestras acciones o no. Y este es el eje de gravedad de la cuestión.

Por ello entiendo que a las enfermeras y a los restantes profesionales de la salud se nos exige, en primer lugar, un ejercicio de revalidación del sentido último de nuestra profesión. Una profundización que debería transitar más allá del puro ámbito científicotécnico, más allá incluso del prestigio académico y/o de la búsqueda de reconocimiento social para recuperar su raíz misma, es decir, para reconocernos en aquello que somos: enfermeros y enfermeras.

Y, llegados a este punto, me permito hacer un llamamiento a tomar conciencia de lo siguiente: si no somos capaces de acostumbrarnos a vivir no solo como pensamos sino, sobre todo, como somos, acabaremos pensando como vivimos. He aquí el verdadero problema que nos urge a una reflexión crítica en clave verdaderamente ética.
Vivimos un tiempo que invita a ir perdiendo la capacidad de recuperar valores al haberlos sustituido por otros elementos que, solo supuestamente, justifican nuestras actitudes y que, al propagarse, asientan no solo en las conciencias individuales sino en el propio entretejido social. Y todo esto da lugar a una nueva cultura —en nuestro caso enfermera— sustentada en una masa acrítica que, desde hace ya tiempo, conocemos como “cultura del tener”, en clara confrontación con la “cultura del ser”.

Esta disolución de los principios genuinamente humanos que configuran la profesión enfermera en los propiciados por esa cultura del tener hará que aflore lo que, con toda propiedad, podríamos denominar una “enfermería light”. Y este concepto posee unos perfiles propios que abordaremos en nuestra próxima reflexión.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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