Sobre el dolor humano (I)

Para una persona, que ha llegado a la conclusión de poder definirse como “un ser habitado por la búsqueda”, cualquier motivo que invite a la reflexión sobre algún aspecto de hondo calado humano, supone una ocasión de crecimiento. La pérdida, si así se puede llamar, de un ser querido como lo era mi amigo Íñigo Lapetra me ha llevado a pensar de nuevo sobre el problema del dolor humano con el que convivimos a diario las enfermeras.

La realidad del dolor nos conduce a una polisemia de significaciones en medio de las cuales el dolor físico es tan solo una faceta -quizá la más expresiva-, la manifestación mas epidérmica de una realidad que, por sobrecogedora y mistérica, se nos presenta como una experiencia de carácter total en la medida que emerge y retorna  sucesivamente al centro mismo de lo humano, a aquello que San Agustín denominaba “intimeor íntimo meo”, lo que está más dentro de mi que mi propia interioridad.

Es por eso que el dolor físico, el dolor psicológico, el dolor que expresa la pérdida irreparable de aquellos a quienes nunca más volveremos a ver, el dolor al recordar un pasado que fue feliz, el dolor teñido de  pseudopatología afectiva que acontece en ese estado de enamoramiento adolescente y no tan adolescente en el que uno no es correspondido… se enmarca en eso que, a veces, llamamos  sufrimiento”. El dolor al saberse enfermo y, con ello, enfrentado a nuestra propia limitación, ese estado de finitud cuya presencia eludimos con harta frecuencia escondidos tras el escaparate de la sociedad de consumo o encadenados a una cultura de lo epidérmico en la que todo es light y que se define con la tradicional frase del “tanto tienes tanto vales”, pero que no es capaz de garantizar el que, por mucho que tengas, puedas convertirte en un ser más infinito, más permanente o, en una palabra, más inmortal.

Es, quizá, esa vivencia doliente de la finitud, no resuelta  intelectualmente, la que atenazaba a D. Miguel de Unamuno, dolido por la imposibilidad de traspasar el umbral hacia una fe capaz de sugerir otra realidad en la que, si algo estaría ausente es, precisamente, ese sentimiento de dolor.

Este ser limitado que somos todos y cada uno de nosotros no puede alcanzar la felicidad. Tradicionalmente afirmamos: en todo caso, algunos momentos de dicha, algunas “felicidades”, con minúsculas, amalgamadas con fragmentos de placer a los que deberíamos evitar tildar precipitadamente de hedonistas.

No, ciertamente no podemos eludir el dolor. No podemos dar la espalda, ni al dolor físico, que hoy podemos atenuar eficazmente, ni a ese otro, más perturbador aún, que oscurece nuestros proyectos de vida y nos arroja a una reflexión profunda como la que quiero compartir en esta serie de artículos porque, en mi opinión, la experiencia del dolor, como personas y como enfermeras, nos obliga a afrontar las preguntas esenciales de nuestra existencia humana.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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